Las cosas más importantes son siempre las más difíciles de contar.
Son cosas de las que uno se avergüenza, porque las palabras las degradan. Al
formular de manera verbal algo que mentalmente nos parecía ilimitado, lo
reducimos a tamaño natural. Claro que eso no es todo ¿verdad? Todo aquello que
consideramos más importante está siempre demasiado cerca de nuestros
sentimientos y deseos más recónditos, como marcas hacia un tesoro que los
enemigos ansiaran robarnos. Y a veces hacemos revelaciones de este tipo y nos
encontramos sólo con la mirada extrañada de la gente que no entiende en
absoluto lo que hemos contado, ni porque nos puede parecer tan importante como
para que casi se nos quiebre la voz al contarlo. Creo que eso es precisamente
lo peor. Que el secreto lo siga siendo, no por falta de un narrador, sino por
falta de un oyente comprensivo.
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